Contra el macaneo


     La primera gran virtud del hombre fue la duda, y su primer gran defecto, la fe. Esta frase de Carl Sagan resume maravillosamente la historia de la humanidad.

     La fe validó las credenciales del primer hechicero prehistórico, y a continuación, las de todos sus colegas, hasta el último pedófilo de la clerecía actual. Vamos a ahorrarnos el espanto de repasar las desgracias que a lo largo de los siglos nos trajeron los cruzados, talibanes, inquisidores, yihadistas, evangelizadores y demás fieles exterminadores. Te invito a que descartemos la cultura del rebaño y nos ocupemos de la duda.

     Podríamos empezar desde bien abajo. Allá abajo encontraríamos a Aldo R, aquel jefe de rebaño que en 1987 encabezó un levantamiento militar contra la democracia argentina. Aldo R sacaba pechito y decía que “la duda es la jactancia de los intelectuales”. Su jactancia de matón barato, temeroso del raciocinio, nos proporcionó (contra su deseo) otra evidencia del mérito de la duda.

     Pero no hace falta ir tan abajo a buscar evidencias. La duda vale por sí misma. Siempre despertó y guió el pensamiento racional. No obstante, la figura que se destaca en el arte de dudar es Rene Descartes, el filósofo francés del siglo diecisiete considerado con justicia fundador de la filosofía moderna. El método que propuso para lograr el verdadero conocimiento se basa en la duda, que por eso se llama duda metódica. Observó que tenemos muchas ideas formadas de las que conviene dudar: los sentidos a veces nos engañan, lo vivido y lo soñado suelen confundirse, e incluso el intelecto puede fallar y provocar un error en las ideas racionales. Entonces, su método empezó por poner en duda todo lo aprendido. A partir de esa duda, Descartes reflexionó en forma muy sencilla. Si he puesto todo en duda -dijo-, hay algo que resulta indudable: es evidente que estoy dudando, o sea, es evidente que estoy pensando; y si estoy pensando, también es indudable que existo. De ahí surge su famosa declaración,  “pienso, luego existo”, que le proporcionó, como punto fundamental de su filosofía, un criterio de certeza: es verdadero (es cierto, es indudable) todo lo que concibo claro y distinto como mi propia existencia.

     La duda, entonces, resulta ser la defensa más eficaz para encarar el obstinado entusiasmo de los hablantes por el macaneo.

     ¿Cómo detectar el macaneo? ¿Cómo saber si vale la pena prestar atención a lo que alguien dice? Creo que lo aconsejable es escuchar con buena voluntad y sentido crítico, y aplicar el filtro de la duda mediante ciertas preguntas básicas. Preguntarse quién lo dice (evaluar al hablante), por qué lo dice (evaluar sus intereses y motivaciones), cómo lo sabe (evaluar la fuente). Esas preguntas son las que se hacen quienes tienen pensamiento crítico y no se comen cualquier sustancia sin evaluar su circunstancia.

     El pensamiento crítico se relaciona con la libertad, por dos razones: porque es liberador, y porque sólo es posible si se piensa con libertad. Así que la libertad está en las dos puntas del asunto: la necesitamos para pensar, y crece si pensamos.

     El pensamiento crítico, además, se relaciona con la verdad, porque lo necesitamos para buscarla, allá, en el horizonte. ¿Viste que el horizonte se aleja a medida que caminamos? Con la verdad pasa algo parecido. Cada vez que conocemos algo, se amplía el horizonte de lo que podemos conocer. Buscando la verdad, siempre hay avance, cada pasito es un avance. Pero sólo se puede avanzar con pensamiento crítico, que nos permite detectar las mentiras. Cada vez que detectamos una mentira (bullshit, bolazo) estamos descubriendo una parte de la verdad. Es lo que nos enseñó Karl Popper: la certeza no surge de la comprobación (todos los días “comprobamos”, y es mentira, que el Sol da vueltas alrededor de la Tierra) sino de la refutación.

     Cada vez que refutes a un impostor, estarás dando un pasito hacia la verdad. La información, me dirás, a veces es difícil de conseguir, y los farsantes siempre van a estar esperando con una nueva impostura. Seguramente. No es fácil, pero lo fácil se lo dejamos al rebaño.