La monja fotogénica

Actualizado el 22 mayo 2019

     No fue madre, ni se llamaba Teresa, ni era de Calcuta. Se llamaba Agnes y era de Macedonia, aunque decía ser albanesa. Su fama edulcorada es tan equívoca como su seudónimo, según nos explican quienes, remando contra la corriente, se atrevieron a investigarla.
     En esta breve reseña no caben todos los testimonios, los sucesos, las sombras, que en cambio abundan en el libro The Missionary Position, del filósofo Christopher Hitchens. No fue editado en español, pero lo tengo en inglés y te ofrezco mi traducción de los puntos esenciales y más ilustrativos. Agrego datos tomados de otras fuentes, y en internet hay mucho más.

     La misión de Madre Teresa no fue filantrópica sino proselitista. Su oficio, lograr la conversión religiosa de los desvalidos (pobres y moribundos) e inducirlos a aceptar su desgracia como un regalo de Cristo. Apegada al humor de su credo (con su catálogo de santos decapitados, despellejados y mutilados de las más lúgubres maneras), rendía culto al sufrimiento, al que interpretaba como una forma de participar del martirio de Jesús crucificado. Así lo explicó en una entrevista de 1981: “Creo que es muy bonito para los pobres que acepten su suerte, para compartirla con la pasión de Cristo. Creo que se está ayudando mucho al mundo mediante el sufrimiento de los pobres”. Con similar lucidez, en cierta ocasión, para apaciguar a un enfermo terminal que se quejaba de terribles dolores, le dijo que éstos significaban que Jesús lo estaba besando, a lo que el desgraciado contestó: “Por favor, dígale a Jesús que deje de besarme”. La anécdota es sombría, pero impresiona peor cuando, en un acto de la Catholic Foundation For Human Life, la relata la propia Madre Teresa ante las cámaras, con una sonrisa, tras lo cual la concurrencia estalla en carcajadas y aplaude. Tengo el video.
     Con tan elevada inspiración, es natural que su Hogar de los Moribundos (House of Dying) no estuviera encaminado a aliviar el sufrimiento, sino a gestionarlo. Las cuantiosas donaciones que recibió Madre Teresa, cuyo uso nunca fue auditado y es desconocido, le habrían permitido convertirlo en un hospital bien dotado, pero algunos visitantes lo compararon con los hospitales de campaña de la Primera Guerra Mundial. Entre muchos testimonios, los de Robin Fox, editor de la revista científica The Lancet, y de Mary Loudon, escritora y ex voluntaria, lucen muy objetivos. Había dos pabellones con unas 60 plazas, uno para hombres y otro para mujeres, todos con las cabezas rapadas. No había sillas ni otro mueble, salvo camillas en el piso; tampoco había patio ni espacio al aire libre. Algunas voluntarias tenían conocimientos de medicina, pero soslayaban las reglas básicas de esta disciplina. Las jeringas, por dar un solo ejemplo, se reutilizaban lavadas con agua, sin esterilizar (“no hay tiempo…”), y los enfermos, aun los más graves, rara vez eran derivados a un hospital, porque Madre Teresa confiaba más en la Providencia que en la ciencia. No existían analgésicos fuertes, y en los casos de dolor extremo se suministraba aspirina o ibuprofeno. En la puerta de la morgue, un cartel decía “Hoy voy al Cielo”, seguramente para dar ánimo a los vivos, ya que los muertos no leen.
     El mito Madre Teresa comenzó con un milagro de Kodak. En 1969, el periodista católico británico Malcolm Muggeridge visitó el Hogar de los Moribundos. Lo acompañaba el camarógrafo Ken Macmillan, para hacer un documental. MacMillan nos cuenta lo que ocurrió. El interior del edificio donde yacían los moribundos era muy oscuro, y surgieron dudas sobre la posibilidad de filmar, por lo cual decidieron probar una cinta experimental recién lanzada por Kodak. Cuando se reunieron para observar lo filmado, se sorprendieron. La calidad de las imágenes era excelente, estaban bien iluminadas, la cinta había resultado muy buena. “Yo estaba por proponer –dice MacMillan- tres hurras por Kodak. Pero no tuve tiempo, porque Malcolm, que estaba sentado en la primera fila, se dio vuelta y dijo: ‘¡Es la luz divina! ¡Es Madre Teresa! Has encontrado la luz divina, muchacho’. Tres o cuatro días más tarde empezaron a llamarme periodistas de Londres que decían haber oído que acabábamos de llegar de la India con Malcolm Muggeridge y que habíamos sido testigos de un milagro”. La BBC exhibió el video, Muggeridge escribió un libro, y la bola empezó a rodar.
     Madre Teresa se convirtió en una figura con la que los personajes públicos querían aparecer en una foto, lo que no era difícil si en el acto entregaban un cheque. Ella no hacía ascos a ningún cheque, y exaltaba a los donantes, sin discriminar; por ejemplo, en Haití, a la pareja gobernante, “Baby Doc” Duvalier y su esposa Michele, continuadores de la sangrienta dinastía iniciada por Francois Duvalier, que durante décadas oprimió al país más atrasado de América. Madre Teresa dijo que nunca había visto que los pobres estuvieran tan cercanos a su jefe de Estado: “Ha sido una hermosa lección para mí”. Poco después, el pueblo haitiano se levantó contra “Baby Doc”, quien se fugó con su esposa y se estableció en la Riviera Francesa a gastar la fortuna acumulada durante su gobierno.
     Madre Teresa era ultraconservadora en todos los aspectos de su prédica. La expresión de su odio a los anticonceptivos era tema constante en sus discursos, con lo cual satisfacía los requerimientos del dogma, y al mismo tiempo incrementaba su propia clientela (más pobres, más moribundos). En cambio, no le interesaba la solución de los problemas sociales. En 1981 visitó Anacostia, un barrio pobre de la ciudad de Washington. Al terminar su conferencia de prensa, la esperaba un grupo de hombres negros. Su asistente Kathy Sreedhar relata el episodio: “Estaban muy molestos. Dijeron a Madre Teresa que Anacostia necesitaba empleos decentes, viviendas y servicios, no caridad. Madre no discutó con ellos, sólo los escuchó. Finalmente uno le preguntó qué pensaba hacer. Madre le contestó: ‘Primero debemos aprender a amarnos unos a los otros’. No supieron qué decir”.
     Vamos entendiendo entonces el significado de aquel comentario, que no está de más repetir: “Creo que es muy bonito para los pobres que acepten su suerte, para compartirla con la pasión de Cristo. Creo que se está ayudando mucho al mundo mediante el sufrimiento de los pobres”. Los pobres sufren como Cristo, los ricos dan limosna, todos se aseguran un lugar celestial, y eso ayuda al mundo (y al statu quo).
     En esta línea, me parece que el caso más revelador, entre muchos, es el de Charles Keating, un financista que cumplió con el ritual de la foto y el cheque (1.250.000 de dólares), pero además perpetró una estafa de 252 millones de dólares en perjuicio de ahorristas norteamericanos. En 1992 fue juzgado y enviado a prisión. Durante el juicio, Madre Teresa envió al juez una carta con membrete de las “Misioneras de la Caridad” (tengo una copia), en la que intercedió en favor del delincuente, invocando a Jesús y al dinero que Keating había entregado “para los pobres”. Ante esa interferencia, el fiscal Paul Turley, a cargo de la acusación, envió a Madre Teresa una amable carta, en la que se refirió a los damnificados por la estafa, muchos de los cuales eran de modesta condición, y habían perdido sus ahorros. Se ofreció para contactarla con ellos, si tenía interés en conocerlos. Y concluyó: “¿Qué habría hecho Jesús de haber sabido que había sido explotado por un ladrón para aliviar su conciencia? Supongo que, sin dudar, habría devuelto el dinero robado a sus legítimos dueños. Usted debería hacer lo mismo. No se quede con el dinero. ¡Devuélvalo a quienes trabajaron para ganárselo!”. La carta del fiscal no tuvo respuesta.
     Según el religioso Brian Kolodiejchuk, uno de los impulsores de la canonización de Madre Teresa, ella tenía un acuerdo con Jesús: “Por cada fotografía, un alma fuera del purgatorio”. En el siglo dieciséis, el fraile dominico Johannes Tetzel, designado por el papa León X para vender indulgencias, tenía un lema similar: decía que, apenas la moneda tintineaba en su cofre, el alma volaba del purgatorio al cielo. La venta de indulgencias motivó la reacción de Martín Lutero y dio origen al protestantismo. Eran otras épocas. En el siglo veinte, la monja fotogénica recibió el premio Nobel de la Paz, y en el siglo veintiuno su iglesia la declaró santa.


Otras fuentes de consulta
https://burgosdijital.net/la-otra-cara-la-madre-teresa-calcuta/
https://losandes.com.ar/article/-la-canonizacion-de-la-madre-teresa-de-calcuta-es-ridicula-dijo-un-cineasta-britanico
https://www.religionenlibertad.com/personajes/51699/madre-teresa-hizo-pacto-con-jesus-por-cada.html
Etcétera.