¡Al diablo con las camisas!


Actualizado el 20 septiembre  2018

   Como si un papa no fuera demasiado, habemus dos.
     Joseph Ratzinger, alias Benedicto Dieciséis, brilló como experto en filosofía y teología. Las utilizó con denuedo para socorrer sus creencias medievales y para gratificarse debatiendo sobre razón y fe con el filósofo Jürgen Habermas. Pero las depravadas intrigas vaticanas lo abrumaron, y cuando el mundo, prosaico, ineludible, llamó a la puerta de su aposento, el beato comprendió que en las sacras oficinas no es fácil sobrevivir con mucho estudio y poca calle. Un Pastor no debe entretenerse con debates filosóficos o sutiles misterios teológicos, a los que la gente presta poca atención porque no los entiende. La gente quiere show, y pide papas cancheros como futbolistas, chispeantes como vedettes. Cuando Ratzinger renunció, la Iglesia puso eso: un político dinámico, mediático, santificador serial y sin sobrepeso cultural.
     Jorge Bergoglio, alias Francisco, es técnico químico diplomado. Su formación espiritual fue iluminada por la marcha peronista, cuyos versos deliciosos aún lo inspiran cuando interfiere de manera nada católica en la política interna de su país de origen. Integró la facción peronista “Guardia de Hierro”, con denominación casualmente idéntica a la del grupo fascista clerical que existió en Rumania entre 1927 y 1941. Al hacerse cura, Bergoglio leyó filosofía y teología, y hasta intentó escribir una tesis sobre el teólogo Romano Guardini, pero fue incapaz de terminarla. No obstante, su biografía oficial insinúa que es doctor en teología. En consonancia con su militancia política y con el auge mundial del populismo, al que sin embargo impugna verbalmente, adoptó como papa una imagen de fingida austeridad y un estilo de comunicación basado en el trato personal (llamadas telefónicas, tocamientos en la calle, visitas “sorpresa” a hogares) y en el uso de un lenguaje vulgar, que pretende ser simpático.
     Aunque el discurso populista es sistemático en su desprecio por el intelecto del auditorio, este pontifex maximus suele abusar de las sandeces, quizá por haber notado, pastoralmente, que son muy festejadas por sus seguidores, según muestran los sitios web afines, que reproducen videos con devotas aclamaciones en los actos multitudinarios. La página web del Vaticano, entre otras, difunde por ejemplo las “Palabras de Francisco a los jóvenes de Asís”. Casi todas las palabras dirigidas a los jóvenes son místicas y por lo tanto inútiles (Evangelio, Tabernáculo, Cruz, Camino, Consagración, Sacramento, etcétera), pero algunas rozan la realidad, y es válido preguntarse si, una vez superado el estado de embriaguez reverencial, se tomarán los fieles el trabajo de analizar el discurso que aplaudieron.
     “Los párrocos [dice el santo padre] oyen una pareja que viene a casarse: ‘Pero, ¿ustedes saben que el matrimonio es para toda la vida?’. ‘Ah, nosotros nos amamos tanto, pero… estaremos juntos mientras dure el amor. Cuando termina, uno por un lado y el otro por otro’. Es el egoísmo [juzga el santo padre]. Cuando yo no siento, termino el matrimonio y me olvido de aquella ‘una sola carne’ que no puede separarse”. Según estas palabras, desprovistas de la retórica que las suaviza, el matrimonio no es la unión amorosa de dos personas con sentimientos, sino el acoplamiento perpetuo de dos carnes que ofrecen su sacrificio para complacer las exigencias de un dogma sádico.
     “Cuántas veces [continúa] he oído madres que me decían: ‘Pero, Padre, yo tengo un hijo de 30 años y no se casa: ¡no sé qué cosa hacer! Tiene una bella novia, pero no se decide…’ ¡Pero, señora, no le planche más las camisas! ¡Es así! No tener miedo de dar pasos definitivos…”. El insulso consejo, ajustado a la peor tradición populista de subestimar al oyente, presupone un universo de adictas a la plancha, señoras que no se atreven a dar el paso definitivo de abandonarla, y bellas novias tan ociosas, tan dependientes, tan ofrecidas, que aceptarán las camisas sin quejarse por no haber sido consultadas. Pero la palabra religiosa es alegórica. El orador, siempre ocurrente, quiso componer una metáfora graciosa, y le afloró la misoginia. Sería piadoso no comparar ese chiste barato con metáforas de alto vuelo, como la que nos dejó Tolstoi sobre la camisa del hombre feliz. Bergoglio no es un Tolstoi, Dios no lo quiso.
     Estas dos ilustraciones no muestran nada nuevo en materia de doctrina, y si tienen utilidad es justamente la de mostrar que no hay nada nuevo, salvo la plancha eléctrica. Maldita electricidad. En la Edad Media bastaba con lavar las camisas: “Habréis de amar a la persona de vuestro marido con todo esmero, y os ruego que lo tengáis siempre con ropa muy limpia, porque esto ha de ser cosa vuestra”. Eso enseñaba el Tratado de Moral y Economía Doméstica del siglo catorce, y parece que sigue vigente para los jóvenes del siglo veintiuno. Si Ratzinger era retrógrado y medieval, nada cambió con Bergoglio, aunque haya dejado de usar zapatos color guinda.
     Pero, a no alarmarse. Todo eso es espuma rancia que flota sobre el mar de la realidad. Los jóvenes van al show, pero cuando vuelven a casa, benditos sean, disfrutan del sexo con el condón y la píldora, se mantienen unidos mientras se quieren, y las chicas superan las barreras que les ponen los retrógrados medievales. Al diablo con las camisas.

Referencias
* http://www.abc.es/sociedad/20130403/abci-papa-francisco-doctor-teologia-201304031326.html
* https://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-palabras-del-papa-francisco-a-los-jovenes-de-asis-80793
* “Le Ménagier de Paris. Traité de morale et d'économie domestique”, Historia de la vida privada, Aries y Duby, Taurus, 1990, tomo 4, pág. 48.