Ni destruir ni construir sino lo contrario

Derrida en chanfle
con mirada deconstructora
Actualizado el 12 noviembre 2020

     Jacques Derrida fue algo así como un filósofo francés.
     Posmoderno, necesitaba hacerse fotografiar chanfleando la cabeza con mirada sobradora.
     Se hizo famoso inventando una de esas palabras fetiche que se ponen de moda cada tanto: deconstrucción. La idea en que se inspira no tiene nada de original, y equivale a “análisis”, que significa distinguir las partes de algo (en este caso un texto) para comprenderlo mejor. La etimología de la palabra análisis se remonta al griego antiguo, porque fue conocida por los primeros filósofos, y por todos los que vinieron después. Por ejemplo, Thomas Hobbes, en su libro De cive (1647), explicaba su método para entender la génesis y la forma de la ciudad y de la justicia: es necesario identificar los elementos que las componen, de igual modo -decía- que para entender el funcionamiento de un reloj debemos desarmarlo y así comprender las funciones de los diferentes engranajes.
     Como toda metáfora, ésta tiene sus límites. En el caso de la ciudad y la justicia, analizar por separado sus elementos es un proceso intelectual. Al reloj, en cambio, hay que desarmarlo de veras, materialmente, y en la metáfora de Hobbes está implícito que, si después no podemos volver a poner cada pieza en su lugar, habremos aprendido cómo funciona un reloj, pero ya no tendremos reloj, sino un amasijo de fierritos.
     La deconstrucción de Derrida conduce directamente al amasijo. Vendría a ser, aunque él lo negaba, la destrucción de un texto, realizada para estudiar los componentes de lo destruido y después (atención, que aquí llega la novedad) armar otra cosa, distinta; supongamos: demoler la pirámide de Keops, estudiar los bloques, y después armar un prisma. Deconstruir un texto es descartar los conceptos y atenerse a las palabras que los exponen, soslayar el significado y estudiar el significante.
     La deconstrucción resulta ser, y ése es gran logro de Derrida, una herramienta eficaz para anular cualquier pensamiento inteligente: el contenido de un texto no significa lo que expone su autor sino lo que dice el deconstructor. Todo texto, decía Derrida, es “indeterminado”.
     Lo bueno es que, entonces, los textos derridianos también son indeterminados, descartables, y nos permiten preferir, sin culpa, la prosa suculenta de Bombón Asesino.   

Galería


Derrida, una luz chanfleada en la oscuridad
Derrida chanfleado, con vela, como leyendo
Derrida  chanfleado
con cuello de camisa deconstruida
Derrida joven, ensayando chanfles
(ganador: el de abajo a la derecha)