Capítulo 5. Tonterías históricas

Manual de tonterías de Jauretche

5.- Tonterías históricas

     Una vez comprendida la inspiración antiilustrada y reaccionaria de Jauretche, descender al trasfondo de sus comentarios históricos es sencillo e incluso tedioso, ya que no va más allá de la rutina de denostar a personajes que se caracterizaron por sostener las ideas de la Ilustración (ejemplo típico: Rivadavia) o por sus propuestas de superar la barbarie para construir un país progresista (ejemplo típico: Sarmiento), y acusarlos de querer perjudicar al país.
     El Manual utiliza aquí la llamada falacia del espantapájaros: crea una falsa imagen negativa del adversario, para que le resulte más fácil impugnarlo. A tal efecto, selecciona un error que haya cometido, y lo presenta como rasgo definitorio de su vida pública (ver, luego, el canal de Rivadavia); selecciona una frase que haya pronunciado, la saca de contexto y la tergiversa con significado negativo (ver, luego, “sangre de gauchos”, “Lo que conviene a Buenos Aires…”); selecciona diferencias de criterio entre contemporáneos, y las convierte en lucha entre patria y antipatria (por ejemplo, sobre prioridades militares, que para San Martín se centraban en el Alto Perú y para Rivadavia, en la amenaza del Brasil). Así se cocina el guiso.
     Conviene tener en cuenta que Jauretche fue político, no historiador. Para “revisar” la historia, no tenía más conocimiento que cualquiera de nosotros que haya leído algunos libros. Quien le daba letra, además de las luminarias que ya conocemos, era otro integrante de su círculo, el historiador (revisionista, naturalmente) José María Rosa. Así que las tonterías históricas del Manual son de segunda mano, regurgitadas por “don Pepe” Rosa.

     La primera tontería se refiere a “civilización y barbarie”, una disyunción histórica y universal, que en página 9 Jauretche atribuye a Sarmiento. ¿O no se la atribuye? “Su padre fue Domingo Faustino Sarmiento, que la trae en las primeras páginas de Facundo, pero ya tenía vigencia antes del bautismo en que la reconoció como suya”. El párrafo es un revoltijo.
     Civilización y barbarie. Se puede jugar con las palabras. Los antiguos romanos llamaban despectivamente “bárbaros” a otros pueblos, que a veces eran más civilizados que ellos. Y hubo países imperialistas que dijeron ser “civilizadores” para justificar sus conquistas, que fueron una auténtica barbarie. Sí, el uso inverso de las palabras contiene hipocresía. Pero además se presta al sarcasmo fácil, frecuente en el Manual, para deslegitimar la alternativa. Sin embargo, la alternativa es válida, y cuando Sarmiento la popularizó en el Facundo, propuso para el país una opción entre progreso y atraso.
     Jauretche opta por el atraso. Que lo pinte con colores románticos no cambia las cosas.
     En resumen (o sea, en todo el libro), lo que sostiene Jauretche es que quienes defendían la “civilización” eran pitucos europeístas, extranjerizantes, intelectualizados, enemigos de lo nacional y de lo americano: “…civilizar consistió en desnacionalizar […] rehuir la concreta realidad circunstanciada para atenerse a la abstracción conceptual…”“…la mentalidad colonial cree que todo lo autóctono es negativo y todo lo ajeno positivo…”. Etcétera. Por otro lado, dice que los pitucos llamaban “barbarie” a lo auténtico, lo valioso, la expresión pura de la sabiduría enraizada en la tierra, “…algo viviente y cálido que nosotros llamamos conciencia nacional y ellos desprecian como barbarie…” (página 11), “…los civilizadores se plantean el conflicto entre la civilización –Europa– y la realidad –América– a la que llamaron barbarie…” (página 18). Etcétera.

     Y así el resto de la cantinela. Pero más importante que perder tiempo con la verborrea nacionalista, y sus “frecuentes redundancias”, que confiesa el Manual, es marcar una incongruencia que hace saltar a la vista el lado oculto de esas teorías. ¿Cuál es esa incongruencia? Pongo un poco de intriga y lo dejo para después. Para el próximo capítulo.

     Porque conviene empezar por la figura central de esas teorías. Me refiero al gaucho. Para los nacionalistas, el gaucho representa la “concreta realidad circunstanciada”, “lo autóctono”, “algo viviente y cálido”, etcétera. Sobre esa base fijan su postura, que, brevemente expuesta (sin verbosidad ni “frecuentes redundancias”), consiste en rechazar a Sarmiento diciendo que era “civilizador”, antinacional, antiargentino, y que despreciaba al gaucho.
     Los revisionistas tienen memorizada esa sinopsis, pero sería bueno saber si alguno leyó el Facundo. Parece que Jauretche leyó al menos algunas páginas, y lo que no le perdona a Sarmiento es su espíritu crítico, porque (dando vuelta aquellas palabras que tomé del Manual) la mentalidad nacionalista cree que todo lo autóctono es positivo y todo lo ajeno es negativo. Por eso no tolera la crítica de costumbres, que expresa el deseo de mejorar lo existente.
     El Manual reconoce (página 11, en nota) que, en el Facundo, Sarmiento "…pinta al gaucho con humanidad y simpatía. Así, la descripción enamorada del baqueano, del cantor, del rastreador…”. Pero cuando Sarmiento cuestiona ciertos rasgos gauchescos, como el desinterés por superarse y el conformismo con su situación (porque no le permitieron conocer otra), entonces Jauretche se asusta, porque quiere dejar todo como está: el patrón de estancia (Rosas) debe seguir siendo tal, y al gaucho no hay que ilustrarlo, porque su ignorancia es la “concreta realidad circunstanciada”.

     La literatura revisionista nunca olvida mencionar cierto párrafo de Sarmiento: “No trate de economizar sangre de gauchos. Éste es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de seres humanos”. Mencionado así, suelto y sin explicaciones, sería imposible justificarlo; y Jauretche, fiel a su estilo, lo menciona así, suelto y sin explicaciones, para convencer a sus lerdos de que Sarmiento propuso el exterminio del gaucho. Ahí termina la faena revisionista.
     Ahora veamos la realidad. En 1861 Mitre había vencido a Urquiza en Pavón, porque Urquiza se había retirado del campo de batalla, salvando la mayor parte de su ejército de gauchos. Ante la indecisión de Mitre, Sarmiento lo incitó a consolidar la victoria, no mezquinar esfuerzos, y derrotar definitivamente a Urquiza y a sus gauchos. Envió a Mitre una carta furibunda, ansiosa, excesiva, que (además de aquel párrafo) decía: “No deje cicatrizar la herida de Pavón. Urquiza debe desaparecer de la escena cueste lo que cueste. Southampton [el exilio] o la horca. Deme un regimiento. No me desprecie como soldado…”.
     Los revisionistas son selectivos con sus citas, y evitan describir el contexto, que permite comprender el sentido de las palabras. En el contexto de aquellas luchas, las palabras eran violentas, y Jauretche se horroriza, aunque su Manual no se priva de proponer la práctica de tiro al blanco con la cabeza de sus adversarios (como señalé en el capítulo 4).
     Para no hacerla larga (aunque tendría mucho material), aporto solamente dos contraejemplos sobre las ideas de Sarmiento, que por razones obvias nunca mencionan los revisionistas: “…De hoy en más, el Congreso será el curador de los derechos del pueblo; y el presidente, el caudillo de los gauchos transformados en pacíficos vecinos. Chivilcoy es ya una muestra del futuro gaucho argentino” (de un discurso de Sarmiento en Chivilcoy, una semana antes de asumir la presidencia de la  República). “…Mejorar las condiciones sociales de la gran mayoría, por la educación y por la mejor distribución de la tierra, por el mejor servicio del ejército y la milicia, a fin de que los hereditariamente desvalidos empiecen a mirar al gobierno con menos prevención, pues sienten que este gobierno no es el de ellos” (de una carta a José Posse, en la que Sarmiento enuncia sus propósitos como futuro presidente).

     Para terminar, unas palabras sobre Rivadavia.
     Bernardino Rivadavia tuvo la osadía de hacer una (tímida) separación de la Iglesia y el Estado. Huelga decir que con eso se ganó el odio perpetuo de la ultraderecha católica argentina, promotora del “revisionismo histórico”, cuyos ídolos fueron los diversos caudillos locales, como Facundo Quiroga (cuyo lema era “Religión o muerte”), Juan Manuel de Rosas (cuya proclama de 1835, al asumir el gobierno, decía “La causa que vamos a defender es la de la Religión…”), y así los demás.
     La actuación de Rivadavia, como ministro del gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez, fue brillante. No puede decirse lo mismo de su accidentada presidencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, atravesada por la Guerra con el Brasil. Pero lo que les molesta especialmente a los revisionistas es aquella acción de Rivadavia, inspirada en las ideas de la Ilustración: difusión de la cultura, pensamiento libre, tolerancia, progreso, laicismo. Por eso, ridiculizan sus errores y callan sus obras, con lo cual, sin decirlo expresamente, prestan servicio a la religión, contra la modernización del país.
     Veamos un ejemplo. Rivadavia tuvo la loca idea de construir un canal para vincular Buenos Aires con Cuyo. Ordenó estudiar la factibilidad, y destinó una partida de cincuenta mil pesos. Era un proyecto inviable, faraónico. Punto. El Manual lo convierte en punto de partida para desarrollar tres (3) tonterías contra Rivadavia, que ocupan seis (6) páginas, desde la 64.
     Un ejemplo más. Según el Manual, Rivadavia quería achicar el país, y dijo: “Lo que conviene a Buenos Aires es replegarse sobre sí misma”. A Jauretche le encanta mutilar frases y falsear contextos. La verdad es la que sigue. Rivadavia fue ministro del gobernador de la provincia de Buenos Aires. Frente a la anarquía del país, con caudillos que tironeaban desde sus respectivos feudos, su prioridad era fortalecer a su propia provincia, hasta que circunstancias más propicias posibilitaran la unión nacional. Entonces, en su discurso de asunción como ministro, estableció su plan de gobierno y pronunció las palabras que luego Jauretche tergiversa: “La provincia de Buenos Aires debe plegarse sobre sí misma, mejorar su administración interior en todos los ramos; con su ejemplo llamar al orden los pueblos hermanos; y con los recursos que cuenta dentro de sus límites, darse aquella importancia con que deberá presentarse cuando llegue la oportunidad deseada de formar una nación”.

     Por eso dije antes, y vale para Sarmiento como para Rivadavia, que resulta tedioso detenerse en cada una de las cuchufletas históricas que el Manual presenta como argumentos. De todos modos, cualquiera que lo desee y se arme de paciencia (tuve mucha) puede comprobar que todas son refutables: basta con elegir una, investigar un poco el tema, enterarse de la verdad y pasar a la que sigue. Lerdos, abstenerse.