Algo empezó a cambiar en mí cuando conocí la tortuosa vida de Alexei Zarevich, aquel joven poeta ruso que tuvo un fugaz momento de esplendor en los tardíos años cuarenta, hasta que, por no adecuar su estilo artístico a la línea de realismo socialista que exigía el Partido Comunista, fue víctima de una campaña oficial de difamación basada en la sobreexposición de ciertos detalles de su vida íntima. Logró huir de la Unión Soviética e instalarse en los Estados Unidos, donde continuó cultivando su talento creativo en Broadway, como guionista de musicales, con el seudónimo de Vernon Sullivan. Cuando comenzaron las persecuciones anticomunistas, el origen ruso oculto tras un nombre yanqui fue su perdición. Nuevamente denigrado, esta vez con el estigma de espiar para los soviéticos, se vio ante la posibilidad cierta de perder la libertad y hasta la vida. Volvió a emigrar, y recaló en la Argentina, donde se ganó malamente la vida como cantor de una orquesta de tango, con el nombre artístico de Viruta. En un cabaret de Buenos Aires, una noche de luces débiles y tentaciones fuertes, trabó amistad con el hermano de Eva Perón, Juan Duarte. La amistad con el cuñado presidencial fue declinando hasta convertirse en viril rivalidad por los amores de Valentina Tereshkova, más conocida como Валентина Терешкова, o Pirucha. Cuando Juancito Duarte apareció muerto de un balazo, el rumor de que había sido asesinado por orden de Juancito Presidente fue rápidamente diluido desde las altas esferas del poder, y las sospechas y difamaciones fueron desviadas hacia Alexei Vernon Viruta, quien, ya sin fuerzas para continuar su carrera artística, huyó oculto en la bodega de un barco ballenero con el que logró volver a su amada Rusia. Las cosas soviéticas seguían complicadas. Se recluyó en un recóndito monasterio del oriente siberiano, adoptó por precaución el apodo de нести (Oso) y dedicó el resto de su vida a ayudar a los niños y a los osos. Falleció en 1986. Hay testimonios de que realizó milagros, como el de curar mediante la oración a niños enfermos desahuciados por la ciencia. Su matiz personal, que lo diferenciaba de otros hacedores de milagros, consistía en que la oración sanadora era entonada por un coro de osos tangueros adiestrado por él. Hoy es firme candidato a que el papa Francisco lo declare santo.
Buscando detalles y confirmación de tan notable historia que me relató Marcinkus, mi amigo siberiano, consulté enciclopedias, prontuarios y bibliotecas, visité museos, academias y universidades; en internet navegué noches enteras. Los datos conducían a acontecimientos inconexos. El zarevich Alexei había sido hijo del zar Nicolás II Romanov, Vernon Sullivan había sido un seudónimo usado por el artista francés Boris Vian, Valentina Tereshkova había sido astronauta. Pirucha no figuraba.
¿Marcinkus me había mentido? Acudí otra vez a él y lo encontré como siempre en su dacha de Siberia. Me escuchó con serena paciencia, mirándome a los ojos con afecto. Sus certezas buscaban exteriorizarse en una sonrisa, que su humildad reprimía para evitar todo asomo de arrogancia. Deberías saber, dijo finalmente, que la verdad es accesible sólo a quien consulta las fuentes auténticas del conocimiento, y que si tienes dudas, estás con la persona que más puede ayudarte a despejarlas, conduciéndote a esas fuentes.
Me puse en sus manos, dispuesto a emprender lo que podía llegar a ser la aventura intelectual más transcendente de mi vida. Nos abrigamos, salimos, caminamos kilómetros, y también millas, por la tundra nevada, hasta llegar a una gruta penumbrosa. En ella, al amparo de la nieve, del viento, del frío, del clima incompasivo, estaba un pastorcito con su rebaño de ovejas. Marcinkus se acercó, puso su brazo sobre los hombros del pastorcillo y le habló. No entendí sus palabras, porque el idioma en que se comunicaban, me dijo, era ruso; pero para mi entendimiento fue traduciendo todo en forma simultánea, y así pude saber que había relatado completa la historia de Alexei Vernon Viruta Oso. Entonces (siempre en ruso y traduciendo) Marcinkus interpeló de este modo al pastor: Tú, que por oficio y pobreza espiritual fuiste agraciado con el don de recibir las verdades reveladas, inalcanzables por las mentes contaminadas por la razón, dinos si eso que relaté es verdadero. Tras un instante de silencio el joven finalmente pronunció una palabra cortita en ruso, y Marcinkus tradujo: dice que sí.
Le dejamos un rublo al pibe y emprendimos el regreso, en silencio. Cualquier palabra habría sobrado, y encima el viento no dejaba oír ninguna.
Lo que leíste hasta aquí es puro cuento, escrito en una tarde de ocio. Pero por las dudas no lo olvides. Si algún día en el santoral aparece San Alexei Vernon Viruta Oso, sabremos que el papa Bergoglio también me lee.