Curso intensivo para moscas

Actualizado el 16 mayo 2021

     
     Circula por las redes sociales un párrafo de autor anónimo, que algunos usuarios retransmiten añadiendo comentarios emotivos. Cuánta verdad, dicen unos, hermosas palabras, dicen otros, qué crédulos somos, no dice nadie aunque ésa es la verdad.

     El párrafo que tantos corazones moviliza es una cita falsa atribuida a José Saramago (premio Nobel de Literatura 1998) que dice así: “Hijo es un ser que Dios nos prestó para hacer un curso intensivo de cómo amar a alguien más que a nosotros mismos, de cómo cambiar nuestros peores defectos para darles los mejores ejemplos y, de nosotros, aprender a tener coraje. Sí, ¡eso es!; ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado. ¿Perder? ¿Cómo…? ¿No es nuestro? Fue apenas un préstamo …el más preciado y maravilloso préstamo ya que son nuestros sólo mientras no pueden valerse por si mismos, luego le pertenece a la vida, al destino y a sus propias familias. Dios bendiga siempre a nuestros hijos, pues a nosotros ya nos bendijo con ellos”.

     Quienes no conocen a Saramago, y además son propensos a embelesarse con la empalagosa congoja de los rezos, se comen la masita sin sospechar que se trata de una usurpación de nombre y de prestigio, cosa que a menudo ocurre en las redes, también llamadas telarañas sociales, donde muchas moscas quedan pegadas.

     Quien en cambio ha leído a Saramago se da cuenta del fraude, porque sabe que él no escribía así; y sobre todo, porque Saramago fue un ateo luminoso, que en varias de sus ficciones se refirió a la figura de Dios con paciencia e ironía. Tomemos la novela Caín. Relata que después de matar a Abel, Caín viaja en el tiempo y participa de varios sucesos bíblicos. Impide, por ejemplo, que Abraham cumpla la estúpida orden divina de matar a su hijo Isaac, y salva a éste antes de que el ángel mitológico haga su tardía aparición. A Caín le indigna que Dios haya destruido Sodoma con fuego y azufre sin salvar a los niños inocentes que vivían en la ciudad, y califica de malvado e infame al autor de ese crimen. Otra novela, El Evangelio según Jesucristo, es una amable reescritura de los Evangelios canónicos, y cuenta que Jesucristo es hijo de José, está unido sin matrimonio a María Magdalena, y protagoniza hechos que, bien considerados y sin otros testimonios, pueden ser tan, o tan poco, verdaderos como los de la versión oficial. Huelga decir que, cuando estas obras fueron publicadas, la Iglesia Católica las calificó de blasfemas y clamó al cielo, para que Dios, que está ahí, escuchara el rezongo y lo aprobara. Como siempre, Dios no dijo ni mu, y el bochinche eclesial contribuyó a la fama de las novelas.

     “Dios -dijo una vez Saramago- es el silencio del universo, y el ser humano, el grito que da sentido a ese silencio”. Comparando esto con aquello, resulta evidente que el párrafo anónimo, con sus hijos prestados, su curso intensivo y sus bendiciones, no puede ser imputado a un escritor de la calidad de Saramago. Más bien parece una las cursilerías que suelen adornar las arengas de Bergoglio el papa. Pero la identidad del autor no importa, porque los caminos del Señor son insondables y, a lo mejor, la falsificación sirve para que los beatos empiecen a leer a Saramago.