Antonio, Giuseppe y el sucio Mr. Bell

     Ahora que el teléfono móvil se convirtió casi en una prolongación del cuerpo humano, parece ocioso recordar al inventor del teléfono fijo. Pero vale la pena. Su historia se enlaza (de la peor manera) con la de AT&T, la gran empresa actual de telefonía móvil, continuadora de la Bell Telephone Company, que en 1877 fundó Alexander Graham Bell. Desde chicos nos dijeron que este señor había inventado el teléfono. Pero no. Ni tan señor, ni tan inventor.
     El inventor del teléfono fue Antonio Meucci, un ingeniero florentino que en 1835 emigró a América y, tras una estadía en Cuba, se radicó en Staten Island, uno de los cinco distritos de la ciudad de Nueva York. Enseguida se relacionó con otros exiliados italianos, que en 1850 empezaron a organizar la recepción del exiliado más famoso, Giuseppe Garibaldi. En aquella época no existía lo que hoy llamamos Italia, sino varios estados separados, algunos ocupados por potencias extranjeras. Garibaldi fue uno de los gestores de la unificación y de la independencia, que se lograron en 1870.
     Cuando en 1851 Garibaldi llegó a Nueva York, le buscaron alojamiento en Manhattan y otros lugares, pero terminaron alquilando un chalet en Staten Island, el mismo distrito donde residía Meucci. En ese chalet se instaló la primera línea telefónica de la historia. Ahí estuve (ciento sesenta años después) y aprendí lo que te estoy contando.
     Para subsistir, los italianos exiliados, Garibaldi incluido, empezaron por fabricar salames. Cuando se fundieron, pusieron una fábrica de velas (Meucci había patentado un sistema de elaboración de velas a base de parafina). Garibaldi y Meucci se hicieron muy amigos, y salían a cazar y a navegar en un velero pintado con los colores italianos. Garibaldi tenía un loro, y le enseñó a decir “Viva l’Italia. Fuori lo straniero” (“Viva Italia. Fuera el extranjero”). En 1854, volvió a Italia a continuar la lucha.

Garibaldi y Meucci

     Entretanto, Meucci había podido ahorrar algún dinero, y compró el chalet, donde se instaló con su esposa, Ester Mochi. Se habían conocido en Florencia, trabajando en el Teatro Pergola (él, mecánico, ella, costurera). Se casaron, y realizaron juntos todas las travesías. Antonio era medio descuidado con el dinero, y Ester siempre tuvo que vigilar las finanzas familiares, a tal punto que, en el barco en que viajaron de Cuba a Estados Unidos, le hizo firmar a su marido esta constancia: “Yo, el suscripto, declaro haber recibido de mi esposa Ester Mochi la suma de $ 7.500, que prometo depositar en un banco cuando llegue a Nueva York, hasta que sea posible encontrar una propiedad para comprar, que sea del gusto de ella”.
     Cuando Garibaldi se fue de Staten Island, Ester estaba postrada por la artritis, y Antonio, que ya había experimentado en Cuba con la transmisión de sonidos por cable, instaló un sistema de comunicación entre el sótano, donde tenía su laboratorio, y el dormitorio, donde estaba Ester. Como te estarás imaginando, así nació el teléfono.

Los primeros teléfonos de Meucci

     Pero en esa misma época Meucci se volvió muy pobre. Ester no estaba en condiciones de timonear las finanzas, y Antonio cayó en manos de embaucadores que se aprovecharon de su buena fe  y de su escaso conocimiento del idioma inglés. Terminó perdiendo la casa. Esos chalets norteamericanos, de madera, se pueden trasladar enteros, cargándolos en vehículos apropiados. Así que los acreedores, literalmente, se llevaron la casa, con Ester adentro.
     Por suerte se llegó a un acuerdo, y los acreedores accedieron a que los Meucci habitaran el chalet hasta su muerte. Pero los problemas siguieron. En 1871 explotó la caldera del ferry que cruzaba de Manhattan a Staten Island. Murieron más de cien personas. Antonio estaba allí, sufrió heridas graves y pasó largo tiempo en un hospital. Ester tuvo que vender por pocos dólares el modelo del teléfono, para poder comer. De todos modos, Meucci trató luego de patentarlo, pero por falta de dinero sólo obtuvo una patente provisoria (“caveat”). Ahí apareció Bell, y registró algo que llamó “teléfono”, aunque sin describirlo.
     Antonio pasó el resto de su vida, sostenido por la generosidad de sus amigos, batallando en los tribunales contra la Bell Telephone Company por el reconocimiento de sus derechos como inventor del teléfono. La empresa sobornó a empleados de la oficina de patentes y hasta al abogado de Meucci. Contra todas las evidencias, en 1887 un juez falló a favor de la Bell Company. Antonio murió dos años después.
     Recién en el año 2002, el Congreso de los Estados Unidos emitió una declaración en la que, tras reseñar todos los hechos conocidos, reconoció que Antonio Meucci había sido el inventor del teléfono.
     ¿Y el chalet? Los amigos de Garibaldi y Meucci lo compraron para preservar la historia. Volvieron a trasladarlo al predio originario, donde se encuentra ahora, y se convirtió en museo, oficialmente denominado “Garibaldi and Meucci Memorial Museum”. Contiene muebles, uniformes y armas que usó Garibaldi, planos y artefactos que inventó Meucci, y su frente luce la placa de mármol que en 1884 hizo poner Antonio para recordar a su amigo: “Aquí vivió en exilio del 1851 al 1853 Giuseppe Garibaldi, el héroe de dos mundos – Colocada por algunos amigos” (“Qui visse esule dal 1851 al 1853 Giuseppe Garibaldi, l’eroe dei due mondi - Alcuni Amici posero”).