Lealtad... ¿a quién?

Actualizado el 10 abril 2020

     En uno de sus significados, lealtad equivale a buena fe, y supone interactuar sin engaños con todas las personas, sin importar quiénes son. Podemos ser leales hacia desconocidos, cuando difundimos alguna información, y también podemos ser leales cuando combatimos a un adversario. En este sentido, la lealtad es una cualidad de quienes actuamos así en general, hacia todos. Es autónoma, porque nadie nos la requiere, sino que, por propia decisión, la elegimos para nuestra forma de ser.
     En otro sentido, lealtad se asimila a fidelidad, a sentirse obligado hacia alguien en particular, por un motivo también particular, que casi siempre es la “gratitud”. El sujeto se considera leal porque retribuye favores recibidos, aunque en todo lo demás sea un podrido. Hay un proveedor de beneficios particulares, hay un receptor que retribuye con su lealtad, y ese intercambio de círculo cerrado excluye al resto. El sujeto no es leal hacia todos, sino hacia uno, contra todos. Es la lealtad servil al mafioso.

(escena del film "The Godfather")

     La Real Academia define a la lealtad-fidelidad como “gratitud que muestran al hombre algunos animales, como el perro y el caballo”. Esta gratitud animal nos conduce a una digresión, breve pero necesaria, sobre conducta de perros, caballos y otros animales.
     Según nos cuenta Paul Tabori , en su Historia de la Estupidez Humana (Ed. Siglo Veinte), en la Edad Media los animales eran juzgados por su conducta. De las plagas y pestes se ocupaban, claro, los tribunales eclesiásticos, porque tenían que ver con lo bíblico. Pero los delitos individuales eran juzgados por tribunales civiles. La primera condena registrada fue contra un chancho, en 1266; la última, en 1692, contra una yegua. Un perro austríaco que mordió a un regidor fue condenado a un año y un día de cárcel. En Suiza fueron procesados los ratones de campo. Se les asignó defensor, pero éste no pudo salvarlos de la condena a “marcharse de los campos” (no se indicó hacia dónde) en un plazo de catorce días, con humanitaria tolerancia de catorce días más para ratonas embarazadas. Hoy, nadie en su sano juicio valora moralmente la conducta de los animales. Entendemos que su “gratitud” es una simpatía instintiva hacia quien los beneficia, y que supone una sumisión basada en el interés. Existen perros domesticados desde hace 15.000 años. Aprendieron a estar atentos a sus compañeros humanos para recibir mejores cuidados y comida, y tener más posibilidades de sobrevivir; esto es, aprendieron a manipular a la gente para sus propias necesidades (Yuval Harari, De animales a dioses, Penguin Random House Grupo Editorial, 2016). Es algo natural. No los juzgamos. Los aceptamos así, como son.
     Con las personas la cosa es diferente. Sobre ellas podemos expresar juicios de valor, porque cuando el beneficio recibido o esperado les despierta el instinto, pueden reflexionar sobre sumisión y todo eso. Y lo cierto es que, mayoritariamente, se dejan manipular por el proveedor del beneficio, que racionaliza el instinto para fortalecer la dependencia.


     Aparecen así, en los escenarios sociales, las públicas reverencias a la Lealtad, las ceremoniosas promesas de Lealtad, e incluso, en el primitivo tribalismo político de un país sudamericano, la instauración de un “día de la Lealtad”. Esos rituales dan a la dependencia bonitos nombres (tener gratitud, cumplir la promesa, honrar la palabra dada) que maquillan lo que no es más que un mezquino interés de ida y vuelta, y entretienen al sumiso para que no reflexione sobre el pelaje del proveedor.

(escena del film "The Wild Bunch")