Actualizado el 26 septiembre 2019
Distintas filosofías tienen distintas respuestas,
y declino tomar partido por alguna, para no descartar lo bueno de otras. Hay objetores
de la relación causa-efecto, hay refutadores de la voluntad libre… Son todos fascinantes,
pero dejo esas profundidades a los filósofos, mientras intento explicar lo que
pensé, como simple amateur, sobre la
suerte.
Mi sencillo
punto de partida es dejar sentado (porque hay quienes no lo tienen claro) que el
azar y el destino son cosas diferentes e incluso opuestas.
La Real Academia define al “azar” como “combinación
de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”. Creo posible mejorar la
definición.
Que las circunstancias combinadas no se
puedan prever, sí, es determinante. Pero que se puedan evitar o no, eso no
importa. La Tierra gira, hace los días y las noches. Es inevitable, pero ahí no
hay azar. Supongamos un aerolito. No el grandote, de Bruce Willis, sino una de
esas esquirlas que van para cualquier lado cuando el grandote se rompe. Puede
caer sobre mi cabeza. Pero si lo veo venir, y preveo su trayectoria, a lo mejor
puedo esquivarlo. Así que la inevitabilidad es una intrusa conceptual. En el
caso de los días y las noches sobra, y en el caso del aerolito es una (secundaria,
posible) consecuencia de la imprevisibilidad, nada más.
Por otro lado, a la definición le falta
tomar en cuenta el factor voluntad, y así, puede ser aplicada a hechos no
estocásticos (estocástico es lo relativo al azar, me lo aprendí hace poco, por
azar). Supongamos que un fulano quiere liquidarme. Para llevar a feliz término
su deseo, observa mis costumbres, afila su puñal, compra un manual para apuñalar
personas, estudia a fondo el capítulo Por
la espalda, elige el mejor momento y me espera escondido. Tramó una “combinación
de circunstancias que no [puedo] prever ni evitar”. Sin embargo, si logra aplicar
su puntazo, no será por obra del azar, sino, al contrario, por una planificación
que trató de no dejar nada librado al azar.
Pero ¿qué pasa si al cuchillero justo le agarra
el hipo, que lo delata y me permite esquivar la estocada? Pasa que el azar salvó
mi lomo, eso pasa, y así voy llegando a lo que quiero decir.
Creo
que un hecho ocurre “por azar” si no fue causado por una voluntad humana, ni
por el orden cósmico predecible (día-noche, semilla-planta, fuego-calor). Si no
hay orden (cosmos), hay desorden (caos). Eso nos conduce a la teoría del caos y
al efecto mariposa: el aleteo de una mariposa en la Patagonia “combina
circunstancias” de un modo objetivamente impredecible, y desata una tormenta en
la China.
Entonces me animo a decir que el azar es la
causa no predecible ni voluntaria de un hecho.
Esa causa puede ser compleja, con varios
afluentes. En la “combinación de circunstancias” se puede colar algún acto de
voluntad: me pongo (voluntariamente) a mirar televisión, me agarra
(previsiblemente) la náusea cerebral, necesito (inevitablemente) salir al patio
a ventilar las neuronas. Ahí me cae (imprevisiblemente) el aerolito en la cabeza.
Lo que me llevó a esa contingencia fue mi voluntad,
digo más, mi culpa (por mirar televisión). Pero su incidencia fue irrelevante,
como lo sería la voluntad de quien espanta a la mariposa cuyo aleteo desata una
tormenta en las antípodas. Lo esencial del azar es que las circunstancias no hayan
sido combinadas por un orden predecible ni por una voluntad, que esa
combinación sea una cualquiera entre infinitas combinaciones posibles, con posibles
resultados igualmente infinitos. Donde hay resultados acotados por una voluntad
o por una regularidad, por una manipulación o por una rutina, por un afán o por
un ciclo, no hay azar.
Podemos
decir entonces que la suerte (con tanto chamuyo me estaba olvidando de la suerte),
la suerte, digo, es el valor que damos al resultado del azar en el caso
concreto. Si ese resultado me beneficia, lo valoro positivamente y digo que
tuve buena suerte. O viceversa.
Ahora pasemos al destino. Los que creen en
el destino suponen que los hechos ocurren de un modo predeterminado e
inevitable, porque así está escrito. Contra el destino, dice el tango, nadie la
talla. Una misteriosa y poderosa voluntad no humana escribe todo y se ocupa de
que lo escrito se cumpla hasta en sus menores detalles. Pero esos creyentes no
pueden explicar algo: si todo estaba escrito ¿quién lo escribió? No fue Dios,
porque Dios y el destino tienen diferentes planes para nosotros. El destino
escribe y ejecuta, es duro e inexorable, no te deja salida. Dios, en cambio, te
propone una salida amorosa, misericordiosa, y sobre todo cálida: podés obedecer
o ir al Infierno ver nota digresiva 1.
O sea que la suerte es incompatible con esas
difusas voluntades inhumanas.
Si introducimos el factor Dios, se acaba
la charla, porque él tiene la fabulosa capacidad de patear el tablero y decir: yo
piloteo al aerolito, yo espanto a la mariposa, yo despierto el hipo, yo soy azar
y soy destino, y suerte y todo. O sea, nada. Porque si no hay diferencia entre
azar, aerolito o mariposa, entonces no hay diferencia entre azar y no azar,
aerolito y no aerolito, mariposa y no mariposa; y si no hay diferencia entre lo
que es y lo que no es, entonces no hay diferencia entre todo y nada. Me gusta
este razonamiento, para profundizarlo, otro día.
Para quienes creen en el destino, la
suerte tampoco significa nada, porque el único resultado posible es el que
estaba escrito. En todo caso tendrías que remontarte al momento en el que el destino
agarró la birome. Y ahí reaparece la pregunta: ¿por qué escribe una cosa, y no
otra? ¿por capricho? Bueno, ¿y por qué tengo la buena o la mala suerte de que
su capricho me beneficie o me perjudique? Etcétera. No queda más remedio que volver
al azar.
Ahí, la suerte, buena o mala, sólo se
puede ver mirando en retrospectiva. Su verbo siempre se conjuga en pasado: tuve
suerte o no la tuve, punto. Antes, no sabés lo que va a ocurrir. El azar no te
deja anticipar nada, no avala a los que dicen “me va a ir mal porque siempre
tengo mala suerte”. Observar el pasado ayuda a muchas cosas, pero no a adivinar
el futuro.
Si el azar gobierna, ¿vale desear buena
suerte? Vale. Es inútil como rezar, pero mejor, porque sirve para alentar al amigo
real, en vez de mendigarle al tirano imaginario. Si te gusta rezar, rezá, los
gustos hay que dárselos. Pero rezá mirando al cielo, así podés ver al aerolito
que viene, y rezá en silencio, así podés oír el hipo del fulano.
Notas digresivas
Nota
1.- El Infierno no existe. Es una metáfora. La inventó el Diablo (ver nota 2).
Nota
2.- El Diablo no existe. Es una metáfora. La inventó Francisco (ver nota 3).
Nota
3.- Francisco no existe. Es una metáfora. La inventó Perón (ver nota 4).
Nota
4.- Perón no existe. Es una metáfora. La inventó el Infierno (ver nota 1).