Manual de tonterías de Jauretche
El Manual expone su contenido como una sucesión de temas inconexos, un discurso inarticulado que permite al autor equiparar banalidades (como la distinción lingüística entre jóvenes y muchachones, en página 109) con temas duros (como la inspiración nazifascista del peronismo, en página 113) y resolver todo sin mucho análisis, sustituyendo la argumentación por comentarios que intentan ser graciosos.
A cada rato encontramos fruslerías como ese pretenso análisis sociológico de dos palabras: según el Manual, los oligarcas llaman “jóvenes” a sus jóvenes, y “muchachones”, a los muchachos peronistas. Esto es lo esencial de esa zoncera. Tiene continuidad en la siguiente zoncera, que es más larga, se llama Agravio y desagravio (pág. 110), y dice: cuando los muchachones realizan actos acordes al pensamiento nacional, tales como poner explosivos o ensuciar estatuas, los oligarcas (fácilmente reconocibles por su indumentaria dominguera y los sombreros de las señoras) realizan actos de desagravio, a los que asisten rotarianos, leones, masones, socialistas, periodistas y demás integrantes del lado malo de la sociedad.
Si todas las zonceras se redujeran a lo esencial, como acabo de hacer en dos ejemplos, el Manual sería demasiado breve. Por eso, el autor las adorna con infinidad de palabras que oscurecen la exposición, con burlas de consumo interno y con anécdotas de sus amigos.
Para no conformarnos con dos tonterías absolutas, podemos visitar otras. Por ejemplo, El tirano Rosas y la piedra movediza de Tandil (pág. 74). El autor reconoce que no tiene vigencia, pero decide engordar el Manual con una zoncera “difunta”. Parece que, cuando Jauretche iba a la escuela, las maestras decían que el tirano Rosas había intentado tumbar la piedra movediza usando 40 bueyes. Jauretche desagravia a su ídolo. Sin más razón que su opinión sobre el temperamento de Rosas, nos tranquiliza: no existió tal intento de tumbar la piedra, y así queda disuelto este importante malentendido de la historia argentina. Como la cosa no daba para más y era muy corta, la estira: “se le ocurre" que “el indicado para esa tarea” era su odiado Rivadavia, que “ignoraba la existencia de la piedra movediza”, pero que, de haberla conocido, habría “propuesto voltearla con tractores”. Obviamente, no lo dice en serio, porque Jauretche sabe que en la época de Rivadavia no existían tractores, pero construye ese intrincado sarcasmo para burlarse de otra cosa que le enseñaron en la escuela: que Rivadavia era progresista y se adelantaba a su tiempo.
En página 95 hay otro importante hallazgo lingüístico-sociológico: “fuerzas vivas”. Según nos informa el DRAE, son “las clases y los grupos sociales impulsores de la actividad y la prosperidad”. Estamos de acuerdo en que debe llamarse así a quienes trabajan. El Manual denuncia la zoncera argentina consistente en que los capitalistas se apropiaron de la denominación. El autor lo descubrió, con “perplejidad”, conversando con un taxista. En el diálogo, que transcribe, el único que habla de “fuerzas vivas” refiriéndose a los ricachones es Jauretche.
En página 108 le toca el turno al Tiro Federal Argentino, una institución creada a fines del siglo diecinueve con el fin de instruir en el tiro al blanco con armas de guerra y preparar a los ciudadanos para la eventual defensa de los intereses nacionales (de ahí su lema “Aquí se aprende a defender a la patria”). Jauretche opina que eso es una zoncera, porque, para defender a la patria, hay que enseñar a los argentinos que sus verdaderos enemigos son otros argentinos, y una vez identificados, entonces sí, hacer prácticas de tiro utilizando como blanco la cabeza de estos enemigos. Para dar color a esta zoncera, menciona a Guillermo Tell.
Dos páginas (55 y 56) están dedicadas a un elogio de la siesta. Una larguísima anécdota sobre cierto coronel De La Zerba (o De La Zerda, no está claro), que en 1928 no dormía la siesta y perdió una elección, le hace imaginar a Jauretche que los argentinos tienen la zoncera de no dormir la siesta para ganar más dinero. Nos informa que Winston Churchill dormía la siesta, y supone que, en vista de ese dato, los “tilingos”, que siempre copian a los europeos, van a empezar a dormir la siesta. Termina hablando de tango y folklore.
Civilización occidental y cristiana (pág. 112) alude a una expresión no específicamente argentina. Las dictaduras del siglo veinte solían justificar sus violencias diciendo que defendían a la “civilización occidental y cristiana” frente al comunismo (oriental y ateo). Una auténtica estupidez, y además, una hipocresía. Así de simple.
Pero en vez de explicar eso, el Manual prefiere oscurecer todo, y menciona una carta de 1824, en la que Lord Liverpool expresaba al duque de Wellington su preocupación porque el fortalecimiento de los nuevos estados americanos (ex colonias) podían “hacer peligrar nuestra civilización”. Ni una palabra sobre “occidental”. Ni una palabra sobre “cristiana”.
A partir de ahí, Jauretche se enreda en chistes sobre dónde está occidente, dónde está oriente, etcétera, y con eso agota el tema “occidental”. En cuanto a “cristiana”, hay sólo dos renglones, de confusa redacción, en los que el autor (católico reaccionario) expresa su rechazo a ciertas tendencias modernizadoras que en esa época se insinuaron en la Iglesia Católica (encíclica Populorum Progressio, etc.). Para Jauretche, ésas eran cosas de mormones.
Todas las tonterías tienen un trasfondo histórico y una intencionalidad política. Aquí hablé de “absolutas” porque parecen ser tonterías escritas por el puro gusto de decir tonterías. Hay muchas más, pero basta. En otros capítulos voy a separar tonterías en las que predomina el matiz histórico de otras en las que parece prevalecer el contenido político.