Capítulo 3. Revisionismo

Manual de tonterías de Jauretche

3.- Revisionismo

     Tras el capítulo 2 referido a las Luminarias, y antes de pasar al capítulo 4, conviene hacer una breve referencia al llamado “revisionismo histórico argentino”.
     En teoría, la idea de profundizar el estudio de la historia, y aportar un enfoque que tenga su propia valoración de hechos y protagonistas, es algo positivo. Es lo que hace cualquier historiador serio. El conocimiento (de la historia o de lo que sea) se construye con aportes, a veces discordantes, que pueden ser caminos diversos hacia la verdad, si ésta es lo que se busca.
     Pero si lo que se busca es imponer una ideología, la cosa cambia. Y eso hace el “revisionismo histórico argentino”. Estudiar la historia pasa a ser una excusa. Aparece una figura contendiente, épica, única poseedora de la verdad: el revisionista. Para el Manual, es un héroe,  y lo ilustra por ejemplo con la anécdota de página 111, en nota, sobre un tal Vallejo, supuestamente procesado por ser revisionista. Conviene leerla para saber que, si lo procesaron, fue por causar daños a la propiedad pública. De paso, uno se entera de que Jauretche llevaba un “fichero”, en el que tenía “clasificadas” a las personas por su pensamiento político.
     Entonces, antes de comentar las tonterías del Manual, es importante dejar en claro a qué ideología responden, porque ese marco de referencia permite visualizarlas con claridad, sin dejarse enredar por la minucia de lo anecdótico.

     La Revolución de Mayo de 1810, y la Declaración de la Independencia de 1816, fueron hechos políticos que (como otros de América y otras partes del mundo) estuvieron inspiradas en las nuevas ideas que surgieron en Europa en el siglo dieciocho, cuando, con la euforia de poder “pensar por sí mismos”, los intelectuales se propusieron “disipar las tinieblas de la humanidad mediante las luces de la Razón”, dejando atrás mil años del oscurantismo religioso que dominó la Edad Media. La razón era instrumento eficaz contra la ignorancia, y también contra el despotismo. El conocimiento y la libertad permitieron a los hombres confiar en la posibilidad de transformar el mundo y convertirlo en algo mejor.
     Así se formó la burguesía europea del siglo dieciocho, que accedió a la cultura en un espacio social abierto, no jerarquizado ni delimitado por la ley, en el que fue posible desarrollar un pensamiento crítico. Voltaire desplegó su cáustico sentido del humor contra clérigos, nobles y otros poderosos, e intervino en procesos judiciales en defensa de sus contemporáneos, acusados por los intolerantes. Diderot y D’Alembert lanzaron su ambiciosa Encyclopédie (Enciclopedia), que, con los aportes de los principales intelectuales de la época, aspiraba a sintetizar el conocimiento humano para ponerlo a disposición de todos, porque una sociedad culta que piensa por sí misma es la mejor defensa contra el absolutismo y las dictaduras, que tratan de mantener al pueblo en la ignorancia, para dominarlo. En ese clima pudieron desarrollarse y difundirse ideas políticas basadas en la existencia de derechos inviolables, libertad frente al absolutismo, tolerancia religiosa. El nombre más conocido de ese movimiento intelectual y cultural es Ilustración. Se identifica con la expresión “Modernidad”, porque representa el espíritu de la Edad Moderna, y culminó con la revolución política: la Revolución Francesa.
     La Revolución Francesa fue la más trascendente y expansiva de todas las revoluciones democráticas. Fue una revolución social más profunda que cualquier otra, y tuvo un efecto determinante de otras revoluciones locales. Nuestros intelectuales de 1810-1816 estaban inspirados en las ideas de la Ilustración y movilizados por el suceso francés. Nuestra independencia se inserta en los cambios que trajo al mundo el pensamiento ilustrado de la Modernidad. Las consignas de la Revolución Francesa, que son las de la Ilustración (libertad, igualdad, fraternidad), se destacan en nuestro himno nacional, escrito en 1812: oíd el grito sagrado de libertad, ved en trono a la noble igualdad. Ese pensamiento nació en Europa; los artífices de nuestra independencia fueron europeístas.

     Como reacción contra el pensamiento ilustrado, a fines del siglo dieciocho y principios del diecinueve se desarrolló el movimiento romántico, una corriente antiilustrada que exalta lo que el hombre tiene de emocional, irreflexivo, pasional, inconsciente. El Romanticismo impugnó a la Ilustración por haberse centrado en abstracciones, en ideas impersonales: justicia, libertad, igualdad. Mientras la Ilustración buscaba aquello que los hombres tienen en común, el Romanticismo resaltaba sus diferencias: las peculiaridades nacionales, étnicas, religiosas. Sostenía que el progreso, fundado en la razón, corrompe las tradiciones ancestrales de cada grupo humano, y que sólo éstas debían ser preservadas. Pretendía ser el portavoz de las masas ignorantes y espontáneas, de sus formas de pensamiento y de vida, sin aceptar reglas universales para cuestiones de valor, política, moral.
     En el arte (música, literatura), el Romanticismo hizo un aporte renovador. Pero esa primacía de lo sentimental se extendió a todas las esferas de la actividad humana: la filosofía, la política, la idea de Estado. En una novela romántica, los enamorados sufren sin cesar hasta la última página; entonces empiezan a ser felices para siempre, o no, y se termina la novela. En la vida real, el Romanticismo es una novela infinita. Para mantener viva la emoción, que es su razón de ser, necesita cultivar ideales irrealizables, porque, si fuera posible alcanzarlos, se desvanecería la magia. Cuando el romántico abraza una de esas ideas sentimentales (nación, amor, honor, heroísmo), lo hace con frenesí, la convierte en misión sagrada, que debe cumplir a costa de cualquier sacrificio, incluso de la vida, propia o ajena.
     Una expresión del Romanticismo es el historicismo. Es un pensamiento irracionalista, porque (explícitamente) se opone a todo cambio histórico fundado en la razón; y además es reaccionario porque, más allá de ser conservador y opuesto al progreso, busca restaurar lo superado. Sostiene que la razón no debe interferir en el devenir de los hechos, porque la Historia se las arregla sola para todo. Afirma la insignificancia de la razón humana frente a entidades superiores, que tienen vida propia y que, según cada versión, se llaman Historia, Tradición, Espíritu del Pueblo, etcétera.
     Una de sus variantes, el historicismo político (también llamado Filosofía de la Restauración), fue una reacción contra la teoría y la práctica de la Revolución Francesa, y sus premisas siguen vigentes. Sostiene que los sistemas políticos aparecen en la historia por sí solos, deben basarse en la tradición y no ser inventados ni reformados por un pensador o grupo de pensadores. Propicia un conservadurismo extremo, que rechaza todo cambio y exige aceptar las cosas tal como están. Por eso, ante el sacudón de la Revolución Francesa, el historicismo fue la filosofía de las monarquías absolutas europeas, opuestas a la idea de soberanía popular y deseosas de restaurar el principio de legitimidad dinástica, según el cual la soberanía reside en las dinastías, familias que se fueron afirmando en el poder a lo largo de la historia.

     Ahora estamos en condiciones de comprender las tonterías de Jauretche.
     En el primer capítulo informé que es muy fácil conseguirlas, y quien desee conocerlas deberá leerlas. Que me disculpe, pero voy a ahorrarle ese trabajo haciendo largas transcripciones.
     Lo que me propongo es solamente tomar algunas muestras, que dan idea del conjunto y de sus lealtades: desprecia a los filósofos de la Ilustración, rechaza los cambios históricos inspirados en la razón, ridiculiza la idea de progreso y (aunque de la boca para fuera dice adherir a la Revolución de Mayo y a la Independencia) es un nostálgico de la América prerrevolucionaria, feudal. Aunque se cuida mucho de decirlo con claridad, deja traslucir su simpatía por el nacionalismo de agresión, por ejemplo, sugiriendo una guerra contra Gran Bretaña por las Malvinas (no vivió para ver realizado su sueño).
     Pero no nos anticipemos, ya vamos a llegar a eso, en otro capítulo.