Al licenciado no le gusta la gente

Actualizado el 20 mayo 2022


      - Algún día -suspiró el licenciado Cappané- tendré que escribir acerca de la gente.

     - Yo creía que a usted le molestaba la gente -observó Suinter.

     - No me molesta la gente, cuando duerme, está lejos, y pienso en otra cosa. Cuando falta una de esas tres condiciones, la gente me fastidia y no puedo ocultarlo.

     - Supongo que, si su fastidio se hace evidente, le provocará roces en sus relaciones sociales.

     - No, porque la gente no percibe lo evidente. Como compensación, ocupa la mente en creer todo lo demás, siempre que sea inverosímil y contrario a la evidencia. Cree en los horóscopos, en los milagros, en el diablo, en las fake news, en los parapsicólogos, y hasta en las listas de precios máximos.

     - Tiene usted una opinión muy negativa sobre las personas.

     - Le hablo de la gente, no de las personas. Para mí son cosas distintas.

     - Pero la gente es una suma de personas.

     - No es una suma, es una resta. Cuando una persona se incorpora a la gente, no le agrega nada; la gente sigue siendo gente y nada más; pero la persona deja de ser persona.

     - Complicado, lo que me está diciendo.

     - Le propongo un ejercicio de imaginación. Imagine que usted está sentado a la mesa de un restaurant y se dispone a comer bien. Elige fiambre con langostinos, plato principal de carne, postre de chocolate, un buen vino...

     - No me gustan los langostinos.

     - Puede descartarlos, porque cada plato es una singularidad, diferente de los otros. ¿No le gusta poder elegir y, especialmente, poder descartar lo que le fastidia? Ahora suponga que no se lo permiten, que como plato único y como única bebida le dan un licuado de langostinos, carne, chocolate y vino. La gente es eso, un licuado de personas; tiene todos los ingredientes, pero disueltos, formando una sopa.

    - La metáfora es asquerosa. ¿No tiene una explicación mejor?

    - Dejemos las metáforas y vayamos a lo real. Una persona es un individuo, diferente de los demás individuos, para bien o para mal. Si usted compara a un individuo con otros, puede apreciarlo, despreciarlo, ignorarlo; aceptarlo o no aceptarlo. En cambio la gente no se diferencia de la gente. No existe esta gente y aquella gente. Sólo gente. A la gente no puede compararla con nada existente, es única en su género. A un individuo puede invitarlo a tomar un café, o alejarlo de su vida. A la gente no necesita invitarla, porque está ahí, siempre. Y no puede alejarla de su vida, porque está ahí, siempre. Es un peaje que le cobra la vida.

     - Usted postula una separación artificial y arbitraria de conceptos. Gente y persona son esencialmente lo mismo. Es una diferencia cuantitativa, no cualitativa. Singularidad o pluralidad no cambian la esencia. Fíjese en cualquier diccionario.

     - Algunas palabras suelen ser usadas dándoles matices distintos de sus significados de diccionario. Fíjese, por ejemplo, en la palabra “bizarro”, que según el diccionario significa valiente, lucido, generoso, espléndido, y en el uso habitual equivale a extravagante, grotesco. Bueno, para mí, entre las palabras gente y persona hay una diferencia cualitativa, aunque el diccionario se olvide de indicarla.

     - Así que el diccionario no debería olvidarse de recoger ese uso que usted, y sólo usted, da a esas palabras.

     - No estoy solo en esto, y se lo voy a demostrar con un ejemplo. No le digo quién es. Usted se va dar cuenta enseguida. ¿Quién tiene un tatuaje, y la cabeza rapadita abajo, con un casquete de pelo arriba?

     - Así no puedo identificar a ninguna persona. Mucha gente tiene tatuajes, y luce el pelo rapadito abajo con un pompón arriba. Es una moda, o una nueva pandemia, no sé.

     - Usted lo ha dicho: mucha gente, ninguna persona.

     - No juegue con las  palabras.

     - No es un juego de palabras, es una realidad semántica. A la gente no va a identificarla nunca. La gente no es identificable. Es una generalidad indiferenciada, como el granizo, el pavimento o el óxido. Se caracteriza por su falta de individualidad, su anonimato. Usted mira una parte y está viendo todo, mira una gota y ya conoce el charco entero. ¿No leyó “La rebelión de las masas”?

     - No, pero vi la película.

     - ¿Qué película?

     - La de dibujos animados, con chanchos.

     - No. Esa es “Rebelión en la granja”. Le estoy hablando del libro de Ortega y Gasset sobre el hombre-masa, el hombre que se despoja de su personalidad, renuncia a pensar por sí mismo, y se sumerge en la masa, o sea en ese grupo humano que actúa movido por impulsos y pasiones, en vez de razones, y se convierte en instrumento de políticos populistas. El concepto no hace referencia a clases sociales, porque la masificación es igualitaria, aglutina instintos. El libro fue escrito durante el ascenso del fascismo y el bolchevismo, pero no hace falta llegar a esos extremos para encontrar ejemplos. Hay otros, de todos los días.

     - A ver uno.

     - Le doy dos: el rumor y la caterva. Usted sabe que se puede causar daño difundiendo rumores; fake news, podemos decir. Se puede desacreditar a una persona, distorsionar ideas, influir en la economía, en la política, propagar teorías conspirativas, fantasear con imposibles curaciones milagrosas. Y eso es porque la gente se cree cualquier cosa...

     - Quienes difunden rumores falsos a propósito son personas individuales, que utilizan a la gente.

     - Veo que está entendiendo. Esas personas, por sí solas, no causarían daño si no fuera porque la gente es utilizable, se cree cualquier cosa y la difunde. No hay rumor con un solo rumoroso. Pero además, no siempre hay una persona detrás del rumor. A veces la gente, por sí sola, como ente colectivo irracional, sobredimensiona un hecho menor al pasarlo de boca en boca. Usted conoce el dicho: “la gente es mala y comenta”. No es invento mío, ya estaba en un tango de 1947, y seguramente existía antes.

     - ¿Y el otro ejemplo?

     - La caterva... Cuando un virus irrumpe, hay que ser tonto para reunirse a desparramarlo. Entonces, ¿qué hace la gente? La gente hace fiestas clandestinas, velorios pachangueros...

     - Veo que usted es uno de esos enemigos del pueblo que critican a la gente que acudió al velorio patriótico y se amontonó dentro y fuera de la Casa Rosada para compartir su emoción y dar un masivo adiós al dios Diego.

     - Lo único que compartieron fue la respiración tóxica. Y algunas trompadas.

     - Como sea. De todos modos, insisto en que siempre hay alguna persona, identificable, imputable, que incita a la gente a reunirse.

     - Claro, pero para que haya pachanga tiene que ir gente. Le doy un ejemplo. ¿Recuerda al organizador de la pachanga del velorio, que salió a la puerta de la Casa Rosada con un megáfono para aplacar a las bestias que había convocado?

     - ¿El que decretaba cuarentenas y las burlaba organizando una pachanga para festejar el cumpleaños de su querida Fabiola en la quinta de Olivos?

     - ¡El mismo! ¿Se acuerda?

     - Quién podría olvidarlo…

     - Entonces imagine esta situación: el pachanguero se pone el bonete y agarra la matraca. Mira por la ventana: nadie acude, está solo, no hay gente para su pachanga. Entristecido, hace pucheros, le falló la gente. Bueno, usted puede imaginar eso, pero nunca lo va a ver, porque no va a ocurrir. En esas cosas la gente no falla.

     - ¿Tiene otros ejemplos, además del rumor y la caterva?

     - Sobran, pero si captó la idea, podría pensar uno usted.

     - Se me ocurre pensar en las elecciones. Cuando decimos que “la gente vota con el bolsillo”, la visualizamos como una masa anónima sin valores morales ni otra aspiración que la de satisfacer su interés económico de corto plazo. ¿Le parece un buen ejemplo?

     - Vea, lo que me parece es que usted tenía la cosa muy clara, y que me estuvo tirando de la lengua solamente para pasar el rato.