La cosecha de cerezas nunca se acaba

Actualizado el 31 marzo 2022

     El 29 de agosto de 2013, Mario Wainfeld escribió un artículo en Página 12, aquel diario que en sus buenas épocas supo informar, y difundir cultura, antes de convertirse en vocero de la kakistocracia argentina de los años 2003-2015. Fiel al estilo del gobierno al que servía, el articulista suplía la falta de argumentos con ataques personales. Por ejemplo, para descalificar al filósofo, semiólogo y antropólogo Eliseo Verón, consideró pertinente indicar que escribía para un diario de la competencia, y que era “parecido a los actores de Hollywood Lee Marvin o James Coburn”. La relación de los rasgos faciales con el debate nunca fue explicada.
    No vale la pena detenerse en el contenido de esa nota política, ya envejecida. Lo que importa exhibir es otra cosa: las técnicas de la falsificación en el discurso público.
    El artículo defendía la llamada Ley de Medios, e insinuaba que era legítimo destruir a los medios de comunicación que criticaban al gobierno, porque eran meras empresas comerciales. Acaso Wainfeld asumió su hándicap como argumentador cuando decidió decorar su artículo con una cita de Eric Hobsbawm, un párrafo en que el historiador explica que el ideal del libre mercado es una opción distinta a la democracia, porque la política democrática requiere tomar decisiones que contemplen el interés general, en tanto que el mercado pide libertad para tomar decisiones en favor de intereses privados. El párrafo es un poco más largo, pero en esencia dice eso, y tiene razón.
     Ahora bien, cuando se hace una cita, es honesto indicar la fuente, para que el lector pueda comprobar su veracidad. El articulista escribió “Las perspectivas de la democracia”, nada más, como si hubiera dicho “La Ilíada”. Omitió aclarar que se trata de un capítulo del libro Guerra y Paz en el Siglo XXI (Crítica, 2007). El párrafo citado está en la página 110.
     Quien consulte el texto completo comprobará que el articulista lo rebanó. Seleccionó un párrafo que, aislado, no refleja lo que explica el historiador. Esta trampa se denomina “falacia de evidencia incompleta” (en inglés, “cherry picking”, por alusión a la cosecha de cerezas, que se hace seleccionando las más convenientes). Y el análisis de Hobsbawm, completo, en esa página y en las siguientes, refuta la arenga del articulista.
     Hobsbawm lamenta que la creciente debilidad de la democracia beneficie a los defensores del libre mercado, según los cuales el marketing averigua constantemente los deseos de la gente, con más eficacia que el ocasional recuento de boletas electorales. El deterioro de la imagen pública de los órganos democráticos, en especial los parlamentos, redujo el interés de los ciudadanos en participar en política, así como la eficacia de la forma clásica de ejercer la ciudadanía: las elecciones. El decadente discurso público de los políticos, sigue diciendo Hobsbawm, se encuentra confrontado por dos “elementos del actual proceso de la política democrática que han adquirido un carácter progresivamente más central: el papel de los medios de comunicación modernos y la expresión de la opinión pública”.
     Hobsbawm censura a quienes, por haber ganado una elección, se autotitulan dueños de la soberanía popular. Para esas personas, dice, entre dos elecciones consecutivas (o sea, varios años) la democracia es una amenaza para su reelección o el éxito de sus partidos. Por eso, aunque deplora que los contenidos de los medios de comunicación sean más eficaces que los debates parlamentarios (y aquí viene un nocaut para los afanes del articulista militante), Hobsbawm  reconoce que, gracias a los medios de comunicación, “en el lapso que media entre dos elecciones se ejerce un cierto control sobre las acciones del gobierno”.
     Justamente lo que el gobierno quería evitar con la Ley de Medios.
     Quien cita a un autor prestigioso, lo hace para mostrar que el célebre citado avala la opinión del citador. Pero si el citador tergiversa al citado, gambeteando párrafos inconvenientes, su deshonestidad pone en crisis a su propia opinión. Es la confesión de que está defendiendo una falsedad.
     El discurso público está plagado de falsedades. Hay falsedad en los contenidos y también en la forma de presentarlos, como en este caso. El artículo perdió actualidad, pero la metodología no; y ahora que Wainfeld (suenen alarmas) escribió libros, quien estuviera dispuesto a leerlos debería revisar cuidadosamente sus fuentes.
     El diccionario de Oxford eligió al neologismo “posverdad” como palabra del año 2016, y la Real Academia Española decidió incluirla en su Diccionario. La palabra (como otras que se forman con el prefijo “pos”) merece reparos. Pero ése es otro tema. Lo que cuenta es que su uso se multiplicó para hacer referencia a la falsedad deliberadamente instalada en el discurso público. Contra ella, la única defensa es investigar lo que nos dicen. No comerse cualquier cereza.

Referencias
* Artículo “Amigos con derechos”: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-227832-2013-08-29.html.